Tu teléfono suena a las dos de la mañana. Tu jefe te informa de la aparición de dos cuerpos presumiblemente asesinados en Móstoles. Cuando llegas al lugar de los hechos, dos policías municipales han cubierto a una mujer con una manta térmica y le ofrecen una bebida caliente. Las sirenas de al menos diez coches de la Policía Nacional iluminan un espacio boscoso, extraño, que parece de otro tiempo… Observas el rostro de la mujer. Está desencajada. Parece un cuadro de Picasso. Su rostro se ha descompuesto en fragmentos. Piensas que ese rostro tardará mucho en lograr de nuevo la unidad, si es que alguna vez lo consigue… Nunca sabrás su nombre. Sí oyes su voz. Con la mirada distraída dice algo que tú, en un primer momento, consideras oración. Pero la fuerza de algunas palabras te distrae de tu obligación. Y escuchas: Cisne redondo en el río, ojo de las catedrales, alba fingida en las hojas soy; ¡no podrán escaparse! ¿Quién se oculta? ¿Quién solloza por la maleza del valle? La luna deja un cuchillo abandonado en el aire, que siendo acecho de plomo quiere ser dolor de sangre. ¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada por paredes y cristales! Descubres los cuerpos. Son dos hombres jóvenes, no más de veinticinco años. Ambos mantienen los ojos abiertos. Piensas que en un esfuerzo inútil de vigilar al otro. Visten muy parecidos, a la moda: pantalones vaqueros de cintura baja que dejan sus calzoncillos descubiertos y camisetas con emblemas de marca. Grandes cinturones adornados de brillantes falsos como su vida… Te asalta un lejano recuerdo de tu etapa de estudiante. Una obra de teatro que la profesora de lengua os leía con pasión y vosotros escuchabais pensando en la exageración de la tragedia… Literatura. Ahora observas ese horror que sí, que parece que cabe en un libro. Tras los trámites obligados por tu trabajo de detective, llegas a casa, vas a la estantería y ahí está. Lo lees buscando algún indicio…
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