Es hora de poner en práctica las clases teóricas sobre la modalidad argumentativa y los textos en los que aparece. Para ello, analizaremos una columna de opinión y el fragmento de un ensayo:
Cada día es más difícil evitar que te regalen un móvil. Ayer me salió uno dentro de una chapata integral. Al principio creí que se trataba de un bicho y fui a denunciarlo, pero me explicaron que era una campaña. No puedes viajar en avión, cambiar de coche ni comprar una enciclopedia sin que te encasqueten una de esas cucarachas digitales. Cuando te levantas a medianoche, el suelo del salón está lleno de móviles que merodean entre las copas sucias y los ceniceros llenos de colillas en busca de desechos verbales. Hay más móviles que conversaciones telefónicas, así que se alimentan de cualquier detritus capaz de evocar una forma dialogada.
Cada día es más difícil evitar que te regalen un móvil. Ayer me salió uno dentro de una chapata integral. Al principio creí que se trataba de un bicho y fui a denunciarlo, pero me explicaron que era una campaña. No puedes viajar en avión, cambiar de coche ni comprar una enciclopedia sin que te encasqueten una de esas cucarachas digitales. Cuando te levantas a medianoche, el suelo del salón está lleno de móviles que merodean entre las copas sucias y los ceniceros llenos de colillas en busca de desechos verbales. Hay más móviles que conversaciones telefónicas, así que se alimentan de cualquier detritus capaz de evocar una forma dialogada.
Y si después de comer te quedas dormido en el sofá, el móvil abandona el bolsillo, trepa hasta la oreja y vaga por sus bordes como un escarabajo alrededor del cubo de la basura. A lo mejor, incluso te obliga, sin que tú lo sepas, a hablar con alguien que tienes dentro de la cabeza. Porque estos trastos, más que para comunicarse con personas reales, sirven para entablar contacto con las obsesiones. Desde ellos te comunicas con el lado fantasmal de tu jefe, de tu mujer, de tu madre, de tus amigos o enemigos.
Ahora no puedes salir de casa sin que te regalen uno, así que tarde o temprano caerás en la tentación de llevártelo al oído. En ese instante percibirás la calidad de abdomen que tiene su teclado y sabrás, como una maldición, que has incorporado a tu vida un parásito que se pega al pabellón auricular con la eficacia de una sanguijuela al muslo. A lo mejor, en un arrebato de asco, eres capaz de arrancártelo, aunque duela, y de arrojarlo al suelo para acabar con él de un pisotón. Lo malo es que suena como las cucarachas y te deja el zapato perdido de esa sustancia blanquecina que segregan las conversaciones espectrales. Ten cuidado.
Juan José Millás, «¡Cuidado!», El país
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